miércoles, 14 de junio de 2017

La gata que ganó la apuesta

Cuando el bastardo de mi ex marido y yo nos casamos, tuvimos una luna de miel de ensueño. Obviando la mano en la falda de la camarera, el crucero fue el paraíso. 40 días completos de atenciones y lujos. Y por las noches, cuando el desgraciado estaba vomitando sin parar hasta quedarse dormido, la diversión llegaba para mí y la barra libre. La magia se desvaneció cuando al fin llegamos a puerto y descubrí que mamá había muerto. Habían pasado 19 largos días antes de que los vecinos activistas se animaran a romper las ventanas para rescatar a los 11 gatos desesperados que no paraban de maullar, luego notaron la peste.

Realmente no podía creer que mamá estuviera muerta, esa mujer que me hizo la vida imposible por fin se había ido. No obstante, me dejó un pequeño recuerdo, la casa quedó impregnada para siempre con su nauseabundo aroma  y también con el olor a muerte. Después de los trámites rigurosos y de la explicación detallada sobre porque una mujer de 80 años estaba sola en casa sin ninguna supervisión, tuve que preguntar por el cuerpo. La respuesta me dejó sin aliento, aparentemente, era poco lo que habían rescatado, debido a que 11 gatos hambrientos se quedaron a merced de un cadáver que no podía alimentarlos, al menos no por las buenas. Todos los gatos murieron al poco tiempo uno por uno, excepto por la gata negra, Roberta. 

Llámenme loca, pero estoy segura que Roberta fue quien se comió a mamá, y no solo eso, sino que también se niega a desecharla, lo puedo ver en su figura regordeta restregándose en sus pantuflas o cuando lleva su enorme trasero a acurrucarse en la vieja mecedora que hace un chirrido macabro cuando la mueve el viento. Esa gata lleva dentro a mi madre y es como si la anciana siguiera por aquí, recordándome que había ganado al apostar por el fracaso de mi matrimonio, viendo como aumento de peso y me llega la menopausia. Siempre supe que acabaría como ella, pero  terminé de asimilarlo hasta que los vecinos activistas llegaron a mi puerta con una caja de cartón repleta de gatitos con el cuento de que la mamá murió. ¡Mi mamá también murió y no me ando en cajas pretendiendo la adopción! Ahora tengo  6 gatos y una Roberta.


Pese a todo el dinero invertido en inciensos, la casa aún huele a ella, huele a los cigarros húmedos que sacaba del sostén cuando no había nadie en casa para impedirlo. Huele a la extraña combinación de ajo y aromáticas sales de baño, huele a medicinas y alcohol etílico. 

Mi madre murió y jamás se fue. Se quedó en éstas paredes, en ésta casa. En sus enseñanzas inútiles, en sus críticas malintencionadas, en sus inexistentes abrazos, en la bata con la que ahora duermo porque dejé de caber en la mía.  Mi madre murió un día en que yo celebraba el inicio de una farsa ahogada en whisky, seguramente previendo lo que pasaría tan solo 6 meses después. Mamá murió y parece que hasta ahora me doy cuenta que nunca se fue. Se quedó en la desgracia que cargo conmigo a cuestas todos los días de mi vida.

Se quedó en Roberta.

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