lunes, 5 de enero de 2015

Uno


Honestamente no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Era un chico que siempre había llamado mi atención, no solo porque fuera bien parecido, además porque tenía una virtud que había visto muy pocas veces en un hombre tan joven... Sabía amar. 
Después de haberme enterado que por fin estaba soltero y en la misma ciudad, decidí que era momento de enloquecer un poco, no es nuevo para mi tomar decisiones extravagantes como ser la que invite un café a un chico, así que lo hice. Y cuando aceptó, sinceramente no sabía que esperar, o mejor dicho, no tenía ninguna expectativa, por eso me sorprendió enormemente descubrir que mis manos temblaban camino a la cafetería. Cuando conseguí un poco de autocontrol y repasé mentalmente todos los gestos y movimientos que tenía que evitar para que mi expresión corporal no delatara mi ya de por si obvio nerviosismo, me acerqué al lugar acordado y lo vi ahí sentado con esa mirada seria que ya antes había visto y que sabía tan distante a mi realidad. Nos sonreímos, nos saludamos con el socialmente aceptado roce de mejillas y nos enfilamos para ordenar nuestras bebidas. Soy una mujer peligrosamente independiente, y al momento de pagar saqué mi cartera sin pensarlo, pero él ya extendía el efectivo a la chica tras el mostrador. Lo que realmente me cautivó fue el comentario con el que acompañó su gesto: "Ésta vez yo invito". Música para mis oídos. Había dos connotaciones en una frase tan breve y ambas me gustaban muchísimo. La primera y más evidente decía "doy por sentado que nos volveremos a ver" y la segunda y aún más dulce "me importa quedar bien, pero no te acostumbres". Mi vaso aún estaba lleno y yo ya amaba a ese hombre. 

Si algo aprendí de las comedias románticas es "no seas el paño de lagrimas de tu nueva cita", pero las cosas fluían tan sutilmente que dejé de prestar atención a las reglas que debía seguir y desahogué mis males entendiendo los suyos, y pronto ambos hablábamos ya de cosas más productivas, de su manera de pensar, de lo mucho que teníamos en común, de lo poco que necesitábamos una pareja nueva en nuestras vidas, de lo bien que se está siendo soltero y ese tipo de cosas que ahora recuerdo y me duele el abdomen de tanto reír. Después de la destrucción total de la tapa del café, del popote y la servilleta y del golpeteo repetitivo de su rodilla, además del movimiento excesivo de manos y la cantidad de veces que se llevaba la mano a la cabeza para rascarse vigorosamente, asumí que estaba nervioso y mágicamente gané terreno, me pareció adorable verlo en apuros y mi inseguridad desapareció por completo.

Caminamos por el centro comercial uno cerca del otro hablando de todo y de nada, riendo como hacía tiempo no lo hacía. Sintiéndome ridícula por actuar como una niña involuntariamente. Nos sentamos en una banca frente a una isla de una agencia de viajes. Los temas triviales estaban a la orden del día. Casualmente por esos días tuve un episodio de ansiedad y estrés que me dejó con la piel muy irritada. Tomó mi brazo y me dijo de que se trataba, resulta que el hombre era un erudito en el tema. Ahora lo sé, pero en ese momento no escuche ni una sola palabra. Me deje llevar por esa extraña sensación que me empezaba a hormiguear en todo el cuerpo. Cuando terminó de revisarme puso su mano en mi rodilla con una extraña familiaridad, pero pronto la apartó, pensando tal vez, en que no era muy adecuado. Para entonces mi hormigueo estaba a tope y mi reacción fue abrazarlo, a lo que respondió rodeando mi espalda y dando un par de golpecitos en mi hombro. 

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