lunes, 8 de diciembre de 2014

Retroceso

Desconocía los alcances de mi inseguridad. No tenía idea de lo frágil que era la carcaza de mi ego. Un solo impacto la hizo estrellarse, sacudiendo el mundo que me esforcé en construir. Fui hacia atrás, de nuevo vulnerable a esos demonios contra los cuales había desarrollado inmunidad.

Hoy entrego mi fragilidad, pongo en tus manos mis flaquezas. Dejo a merced de la humanidad mi corazón vulnerable, aceptando con dignidad el castigo a su naturaleza altanera.

Me devolviste a la tierra de los mortales, me recordaste que pese a mi soberbia y que sin importar qué tan volátil se haya vuelto mi cuerpo, hay millones y millones iguales a mí. Réplicas, como piezas reemplazables del artefacto más simple.

No más aires de grandeza, mi agrietado orgullo y yo agachamos la cabeza ante la realidad y nos marchamos expuestos y avergonzados, siéndo lo que somos, nada más.

Humano.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Psicosis

A penas desperté, escuché sus gritos desde el cuarto de baño. Cegada aún por la intensa luz matutina, me puse en pie rápidamente. Estaba en el suelo con la cabeza entre las rodillas sollozando y murmurando algo apenas audible.
—Ésta no es mi mano —soltó en cuanto notó mi presencia.
— ¿De qué rayos hablas? —dije extrañada —Eso no tiene sentido.
—Es la de alguien más. Seguro durante la noche me la cambiaron. —afirmaba —¡me dieron la de otra persona!
—Claro que es tu mano. ¡Estás loco!
Pero tras darle un vistazo de cerca y después de escucharlo tan convencido, no me quedó más remedio que aceptar lo imposible. "Se la cambiaron mientras dormía".
—Iré al médico —dijo.
—Terminarás en el psiquiátrico —le advertí.
"¡No es mía!" gritaba cada vez más convencido extendiéndome con asco su palma derecha.
Me senté a su lado en el piso del baño sin entender lo que estaba pasando. Seguramente era uno de esos sueños extraños que tengo con regularidad.
Tal vez un "mal viaje" a causa del ácido de la noche anterior.

—Córtala— dijo firmemente.
—No puedo — balbuceé —nunca podría.
—Demuéstrame tu amor— me retó — ¡Córtala!
Agitaba su brazo con violencia frente a mí. "¡Hazlo!" me repetía. Me miraba con el rostro desencajado y lágrimas en los ojos. "¡No la quiero si no es mía!".
No estaba segura de que siguiéramos bajo el efecto del alucinógeno, me sentía bien, pero de pronto tuve la inmensa necesidad de ver satisfecho su deseo, de ver esa mano desprendida de su cuerpo.
— ¡Esta bien!— dije —Voy a ayudarte.
Lo dirigí a la cocina  a unos cuantos pasos del baño,  siempre hemos vivido en lugares pequeños. Una vez sentado y con el brazo extendido corté su circulación con la misma ligadura que suele usar para la heroína. Sujeté tan fuerte como pude y con el cuchillo más grande que encontré en la gaveta, comencé la amputación. Un corte profundo en la muñeca manchó en un segundo toda la mesa. Sin prestar demasiada atención a lo que hacía, perdí la mirada en la blancura del mantel siendo profanada velozmente por la rebelde  sangre que ensuciaba todo a su paso.
Cuando volví en mí, pude ver el pedazo de carne adornando la mesa ensangrentada, aún goteando y a mis pies su cuerpo inmóvil.
Hacían eco en mi cabeza gritos de dolor y locura que me producían una excitación perversa. Desgarré mi blusa para presionar su muñón que no dejaba de sangrar. A los pocos segundos recuperó la consciencia y viendo la mano ajena a su cuerpo soltó una carcajada sonora y enferma que me estremeció por completo, se contorsionaba de dolor y placer al mismo tiempo sin apartar la vista de su extremidad mutilada.
Cuando lo sujeté para tranquilizarlo noté que ardía en fiebre. Me pasé su brazo sano por el cuello para incorporarlo y llevarlo hasta el baño con la idea de medicarlo, al entrar al cuarto se apartó de mí y recuperó una extraña cordura. Caminó hacia el espejo del lavamanos mirando incrédulo su reflejo.
De pronto y sin darme cuenta, me recorrió una excitación sobrehumana por todo el cuerpo, su reacción ante el espejo me estremecía y en tan solo un segundo fui transportada a la cumbre de la locura, anticipándome a sus palabras:
—Ésta no es mi cabeza.


lunes, 11 de agosto de 2014

Seducción

Las palabras tienen cuerpo.
Tienen brazos, tienen ojos.
(Las palabras tienen cuerpo)
Tienen rodillas sucias y labios suaves,
son pequeñas, son robustas…
Y son tan diferentes unas de otras
que a veces se pierden, se olvidan…
Más no desaparecen.

Las palabras tienen cuerpo
Son negras, violetas, rojas...
Son ásperas, son bondadosas…
Las palabras tienen cuerpo
Seducen, engañan, halagan
Producen, anulan, desgarran

Las palabras tienen cuerpo
Un cuerpo tangible, deseable
Caricias de letras
Sobre las líneas de sus cuerpos…
Las palabras tienen cuerpo
Edifican y destruyen en sincronía
Drenan y ahogan simultáneamente
Las palabras viven cuando matan
Luego mueren para dar vida
Resucitan, rehidratan
Las palabras carecen de melancolía
Y ésta se forma de sus cuerpos
Cuerpos de palabras que reviven
A la par que las palabras los recuerdos…
Las palabras tienen alma, tienen vida. 

Ventanas abiertas

 
Profunda y bella era aquella noche, de esas que envuelven en su densidad. Una noche testigo de las caricias que acababa de regalar, no le importaba.

En aquella habitación aun en penumbras, se ocultaban sus cuerpos. Y en sus cuerpos, también en penumbras, se ocultaba el sentimiento.

Era difícil imaginar un espectáculo más perfecto: oscuridad en silencio y desde la ventana, el vientecillo de media noche hacia bailar las cortinas, invitando a los breves rayos de luz a filtrarse hasta la cama de sabanas rojas, donde inerte descansaba una mujer.

Pero no prestaba atención al panorama que el universo había creado tan armoniosamente para él. Aquella lucecita subiendo y bajando en medio de la oscuridad, el sonido de su boca al exhalar el humo y su mirada perdida en la ventana, frente a la hermosa vista de un mundo al que no pertenecía. Terminó su cigarrillo y lo arrojó al vacío del mundo exterior. Por un momento sintió ganas de ser como aquélla colilla de cigarro, que sin voluntad ni miedos es arrojada a través de la ventana.

No había suficiente motivo para esbozar una sonrisa, su pasado condenaba sus días y sin darse cuenta, se le escapaba la vida, traduciendo su desesperación en deseo de posesión. Lujuria sin cabida para amar.

Contemplaba el asfalto que brillaba para él. La música que hacía el viento al colarse entre el cristal le producía escalofríos. Le hacía volver la mirada hacia su vacío interior. Era infeliz, de eso no había dudas. Su mayor cuestión a develar era la razón de tal desprecio por la vida.

Un sonido repetitivo le sacó de sus pensamientos, le trajo de vuelta a su realidad enferma de satisfacciones pasajeras. Sobre la acera, un par de zapatos sonoros conducían la belleza con cabellos rubios. En un segundo estaba ya de pie con la bata encima, puso la cuota de la mujer que dormía sobre la mesita de noche y salió a toda prisa a encontrarse con el fresco aire de una nueva conquista, mientras se preguntaba desde cuál ventana arrojaría la siguiente colilla.

Ausente

Lo que más le dolía, seguía siendo que al final no podría si quiera llamarlo intento. 
La amó, es verdad, fue un amor a manos llenas, rebosante de alegrías y emoción. Cuando el amor llega, la sonrisa es la evidencia. Pero pasaba el tiempo y en su rostro solo se percibía un esbozo forzado, una retorcida línea que develaba falsedad.

“El amor es eterno”, le habían enseñado y se negaba a creer lo contrario. Y así, con el cabello enredado y la ropa del trabajo, se arrastraba hasta casa de ella y le juraba un amor que menguaba evidentemente, de la misma forma que el desencanto de su sonrisa al escuchar su llegada.

Las cosas jamás tuvieron que ser así. Tal vez ese amor nunca debió empezar, en primera instancia. Pero ella lo llevó a consumarse y sin saberlo, desde el principio, ese era su destino… consumarse.

Post Mórtem

“Cáncer”, me dijeron. Lo traduje a la expresión  “fin”, que para mi desgracia, no demoró en llegar. Sin despedidas, sin daños colaterales, solamente mi cuerpo sucumbiendo al llamado de la tierra. Seducido al fin por la dulce voz de la muerte, a la que después de haber retado estúpidamente en mi juventud, llego ahora desnudo e indefenso.
Observo mi cuerpo tendido sobre una camilla metálica. Reconozco el aire lúgubre de aquél lugar, la morgue. Ver mi propio cuerpo inerte, imposibilitado para siempre y sin más destino que la putrefacción, hace que me recorra un aire nostálgico, dejándome helado al comprender la realidad. Había muerto, sí. Y aunque nada había dejado en este mundo humano, me invadía el miedo. La extrañeza de mi entorno me hacía desear volver a la vida al decrépito y canceroso cadáver que yacía frente a mí.
¿Dónde estaba aquella luz al final del túnel?, ¿dónde los arcángeles tocando las trompetas de mi llegada?, o si ese fuera el caso,  ¿dónde arden las llamas que nunca se apagan? “Soy un errante”, me dije con pesar, “mis pecados me han condenado al exilio”.
El sonido repentino de pasos aproximándose me sustrajo de aquella confusión. Pude ver una hermosa criatura de rostro rosado y melena color sangre vestida totalmente en blanco. “Un ángel” pensé, “me tomará con sus guantes de látex y me mostrará el camino”.
La observé dirigiendo con gran esfuerzo la camilla hacia las brillantes estanterías donde descansaban en tranquilidad un par de víctimas, mis compañeros de desgracia. Me volví a mi alrededor buscándolos, pero no los pude ver.  Absorta por completo entre papeles y carpetas, vuelve a leer en mi etiqueta el nombre que llevé en vida.  Un  movimiento súbito la hace volverse violentamente, levantando en la brisa el olor de sus cabellos. “Reflejos”,  dice tranquilizándose. Su mirada se vuelve a perder en mi carpeta y yo, poco a poco me entrego al pánico. Supongo que nadie está listo para resignarse  a la oscuridad eterna. En un acto desesperado y sin sentido, me tiendo sobre el rigor de mi propio cadáver como haciendo posesión.
Ausencia de luz. Poco a poco una sensación familiar se encuentra con mi forma etérea. Soledad y paz…

Abro los ojos. En la luz del reflejo metálico me contemplo como si asomara al borde del abismo, ahí sentado frente al espejo infinito de lo futuro, leyendo estas palabras desde el inmenso libro de la vida.
Una cálida mano cerrando mis párpados. Oscuridad... luego, la nada. 

domingo, 10 de agosto de 2014

De actos

Eres mi universo comprendido en una cama mojada. Eres mi enfermedad sin cura. La ansiedad con la que posees no solo mi cuerpo, sino mi ser. Me tomas por completo, entre miedos, ilusiones, complejos y pasiones. Me tomas con los cinco sentidos. Me haces tuya simplemente porque puedes... Porque en la cumbre de mis orgasmos, sumergida en el más profundo éxtasis, ahogada en lujuria y sudor, te lo permito. 

Podría describir el acto. Hablar, por ejemplo, de tu cuerpo varonil bañado en sudor sometiéndome mientras besas y pruebas todos mis recovecos. Hablaría de tu sonrisa de complicidad asomando entre mis temblorosas piernas. Podría gritar sin parar tu nombre cuando no puedo siquiera articular una frase más. Hacer énfasis también, en la facilidad con la que logro encender tus mecanismos al cien. O bien, volverme vulgar como lo soy cuando logramos esa sintonía adecuada. Cuando nos perdemos en lento vaivén, hasta el momento en el que, dándote la espalda, tomas fuerte mis caderas y me embistes cual toro furioso, haciéndome sumergir el rostro entre las sábanas incapaces de ahogar un interminable grito de placer. Podría hablar del momento en el que me convierto en una chiquilla que saborea su golosina favorita, dedicándole tiempo, disfrutándolo, asegurándose de no dejar un solo centímetro sin probar. Cerrando los ojos, abriéndolos luego cerciorándose de que es real. 

En fin... No me faltan las palabras para describir lo que emanan en perfecta fusión tu cuerpo y el mío en la tempestad de una habitación.
Mas no encuentro explicación para eso que bajo las sábanas, y aún más... bajo la piel, le haces a mi alma.
Dominas mis demonios, los abrazas. Los llevas lentamente a mi centro de gravedad y una vez ahí... los desatas de nuevo. 

Presencia...

Responde al sigilo de la madrugada
luces en la nada.
Se toma caliente, con vino se digiere,
postrada a merced de quien se atreva a enloquecer,
a sumergirse en ella, poseerla a consciencia.
Sudor y sangre por cada letra, por cada trazo,
en cada haz de lucidez que se filtra en el lienzo.
Bienaventurado quien pueda saborear el dulce alivio
de reposar en sus brazos de incandescencia.